Como mamás, nos acostumbramos a poner las necesidades de todos por encima de las nuestras. Nos ocupamos de que los niños estén bien, de que la casa funcione, de que las rutinas no se caigan. Coordinamos citas, meriendas, uniformes, vacunas, y en medio de todo eso, muchas veces nos olvidamos de nosotras mismas.
Y no es casualidad. Hemos sido criadas en una cultura que nos enseñó que ser mamá es sinónimo de entrega total. Que ser “buena madre” es darlo todo, incluso si eso significa vaciarnos. Pero aquí está la verdad: no necesitamos permiso para cuidarnos. No necesitamos justificarlo con el bienestar de otros. Cuidarnos no es un lujo, no es egoísmo, no es algo que deba depender de cómo afecta a nuestra familia.
Cuidarnos es nuestro derecho.
El mito de la madre que lo puede todo
La sociedad nos ha vendido una imagen de la madre ideal: siempre presente, siempre paciente, siempre disponible. Una madre que sonríe mientras hace todo. Que no se queja. Que se desvive con amor y nunca se cansa. Nos tragamos esa imagen como si fuera la única opción válida. Y cuando no la alcanzamos—porque, spoiler: es inalcanzable—sentimos culpa. Mucha culpa.
Culpa por sentirnos cansadas.
Culpa por no disfrutar cada segundo.
Culpa por necesitar espacio, por querer estar solas, por tener otros sueños.
Pero ¿qué pasa cuando nos perdemos en esa exigencia? Cuando ya no nos reconocemos en el espejo. Cuando no recordamos la última vez que hicimos algo solo por gusto, solo por nosotras.
La maternidad es poderosa, pero también puede consumirnos si no nos damos el espacio para seguir siendo otras cosas además de mamás. Porque sí, somos mamás, pero también somos mujeres. Con historia, con identidad, con pasiones, con heridas, con sueños.
Self-care: No para ser mejor madre, sino porque lo mereces
Una de las formas más sutiles en que esta cultura nos atrapa es disfrazando el autocuidado como una herramienta para rendir más. Nos dicen que hagamos yoga, que durmamos más, que meditemos… pero con la letra pequeña: “para que puedas cuidar mejor de los demás”.
Y no.
No deberíamos practicar el self-care para ser “mejores madres”, ni para ser más productivas en casa. Deberíamos hacerlo porque somos seres humanos que merecen bienestar. Punto.
Cuidarnos no debe ser una estrategia. Cuidarnos debe ser una convicción. Un acto de amor propio, de respeto, de reconocimiento. No por lo que damos. No por lo que hacemos. Sino simplemente por lo que somos.
Ideas de self-care desde esta perspectiva
Aquí no vamos a hablar de self-care como “tiempo para recargar pilas” y volver al corre-corre. Vamos a hablar de cuidarte porque sí, porque lo vales:
✨ Tomarte un descanso real: Sin culpa. Sin multitasking. Sin necesidad de “aprovechar” ese tiempo. Solo descansar, respirar, dejar de hacer.
✨ Reconectar con tus intereses: Leer, pintar, bailar, escribir, lo que sea que te devuelva a ti misma. No todo tiene que ser “útil” o “productivo”.
✨ Darte permiso de no estar disponible 24/7: Puedes apagar el teléfono. Puedes decir que no. Puedes poner límites. No es abandono, es autocuidado.
✨ Hacer algo solo para ti: Un paseo sola, una salida con amigas, una cita contigo misma. Sin justificaciones, sin agendas escondidas.
✨ Celebrar tu identidad más allá de la maternidad: Recordar quién eras antes y abrazar en quién te estás convirtiendo ahora. Porque eres muchas cosas a la vez.
Si hay algo que deberíamos desaprender es la idea de que valemos más entre más damos. Tu bienestar no tiene que depender de cómo están los demás. No hay que esperar a estar agotadas para pedir ayuda. No hay que llegar al límite para hacernos un espacio. No tienes que ganarte ese descanso. Te lo mereces. Simplemente por ser tú.
La maternidad es solo una parte de ti. No te define por completo. Cuidarte no te hace menos madre. Te hace una mujer que se escucha. Que se honra. Que se elige.
Y eso también es una forma de enseñarles a nuestros hijos algo valioso: que las mujeres no solo cuidan, también se cuidan. También importan.