Dicen que se necesita una aldea para criar a un niño, pero también se necesita una tribu para sostener a una madre.
Esa tribu no siempre es grande, ni ruidosa, ni perfecta. A veces es esa amiga que te escucha sin juzgar, esa abuela que llega con comida caliente, esa vecina que se ofrece a cuidar al bebé diez minutos para que te bañes en paz. Es la hermana que te recuerda que lo estás haciendo bien, o esa mamá del parque con la que conectas sin decir mucho.
La tribu son esas personas que no te piden explicaciones, que no te corrigen desde la distancia, sino que te acompañan desde el corazón. Son las que entienden tus silencios, celebran tus logros más pequeños y te recuerdan que no estás sola, incluso en los días más oscuros.
En la maternidad, esas personas son tesoros. Son las que sostienen, las que abrazan sin preguntar, las que hacen espacio para tu caos, tu cansancio y tu amor infinito.
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